lunes, 4 de enero de 2016

Historias de una mujer casada: Primera visita de la suegra

Estar recién casada es una etapa increíble. Armar juntos un hogar, escaparse los fines de semana, hacer lo que quieras. 
Esa tranquilidad se ve levemente, para no decir terriblemente afectada, cuando tu suegra anuncia ¡su primera visita! Lo peor es que uno lo aceptó y fue la de la idea para complacer al marido. 
La aventura empieza antes de que llegue. Hay que hacer todo por la señora. Comprarle pasajes, check in e ir a buscarla. Porque cuando se trata de manejar al hijo como esclavo, es experta. 
Primer aseo profundo de la vida con tal que ella no llegue a criticar y vea lo limpia y ordenada que es la nuera. Mesa elegante, siguiendo el manual de Carreño, compras en supermercado  y 5 horas cocinando para que sea una comida perfecta. 
Todo listo para una velada agradable el día de la primera visita de suegra. 
La entrada es triunfal. No quiere comer nada, saluda despectivamente como si fuera una desconocida, no agradece el esfuerzo y comienza a criticar y a dirigir en mi casa: "el trapero es muy chico; anda a comprar uno más grande; ¿por qué no enceran el piso?; esta estufa funciona pésimo; este departamento es muy chico"
Sólo una hora en nuestro lindo hogar. Quizá era sólo un par de comentarios y ya se calmaría los próximos 10 días. ¡¡Si!! Escucharon bien 10 días la primera visita a la casa. Si leen esto y no les ha pasado. No cometan este error. ¡3 días máximo!
Cuando pensaba que los peores comentarios habían pasado, aparece en mi clóset mientras yo me cambiaba. ¡Señora no conoce la privacidad! ¡Es mi pieza! Puedo andar en pelota si quiero. No entre. Y no le basta sólo entrar. Además comienza a sacar basura de los baños, sacar la ropa para planchar, sacar todas las cosas del baño, de mi pieza y  hacer aseo.  
A esa altura mi cabeza no pensaba, al parecer, había logrado su objetivo que era inhabilitarme mentalmente porque intentaba pararla y no lo lograba. Se hacía la sorda, como que no me escuchaba cuando le decía que pare. Y me preguntaba donde estaban las cosas de aseo. Era hablar con una pared. Por mi cabeza pasaban ideas, amarrarla para detenerla o un tropiezo y que caiga por el balcón. Pero al salir las cosas de mi boca, sonreía y le decía que descanse. 
El segundo día se transformaba en el día más largo de mi vida y las frases siguientes no ayudaban a acortarlo: "Si no tiene tele, ¿qué hace?; ¿por qué pone la mesa tan temprano?; ¿cómo hace el arroz?; ¿cómo lava?; estos cuchillos no cortan; ¿dónde tiene aceite?; ¿entonces como fríe?; es que a mi hijo  le gusta  frito; el aceite de oliva no sirve para freír ; es que a mi hijo los frijoles le caen pesados"
A esa altura mi cabeza daba vueltas y veía borroso, un lumbago comenzaba  a aparecer y mi cuerpo ya se ponía un escudo para los próximos 9 días. 
Pronto les cuento como sigue....

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